lunes, 30 de junio de 2008

Jolgorio patrio

Como buen intelectual de pacotilla, debería odiar el fútbol. Pero como tengo más de pacotilla que de intelectual (apenas la pinta) debo reconocer sin evidencia de sonrojo que me mola el fumbo cantidá. Aunque debo reconocer que con el balompédico deporte me pasa un poco como con los toros: no tengo la sapiencia suficiente como para reconocer el arte en el ruedo ni arrestos para disfrutar de la batalla campal, pero me extasía todo lo que ocurre alrededor. Y es que algo que levanta tantas pasiones, aunque no logre entenderlo, debe tener algo bueno. Aunque sólo sea como ejercicio sociológico.

Y es que en esto del fútbol, porque estoy hablando y sólo hablaré de fútbol, se dan situaciones maravillosas. Dos personas con gustos y carácteres similares, unidas por una misma pasión, que disfrutan con lo mismo.., pueden odiarse hasta la muerte por el hecho de haber nacido en ciudades distintas y, por tanto, haber heredado el amor por colores distintos. Sin embargo, dos personas opuestas, que en circunstancias normales no se mirarían sino para despreciarse la una a la otra, pueden fundirse en un fraternal abrazo, besarse, alcanzar unidos el orgasmo al grito de un gol. Y de nuevo por el éxito de unos señores que cobran en un mes, por jugar, lo que ganarán ambos en toda su vida deslomándose.

Estas semanas hemos vivido altísimas dosis de este espectáculo de la naturaleza llamado forofismo. Gentes de todas las clases sociales se transformaban en toreros, guardiaciviles, coristas o espantajos diversos por el mero placer de destacar entre una pléyade de frikies pintados de vistosos colores. Su núero, quizás porque efectivamente existe un efecto llamada que empuja al frikie reprimido a salir del armario cuando ve por la tele a sus compinches liberados, ha ido en aumento día tras día. Hasta la explosión de anoche.

Vivo en Barcelona, una ciudad que ha vendido como pocas (y ha invertido un pastón en ello) la idea de modernidad y diseño de ultravanguardia, en un equilibrio imposible entre la dignidad de ser capital de la tierra del seny y la oportunidad de ser la puerta de entrada al paraíso de la caspa y lo bizarro. Una ciudad cuyo principal capital está en haber sido durante siglos la estación de referencia en una tierra de paso, que ha acogido como pocas a cuantos por aquí han pasado, que ha crecido con el sudor de los bienvenidos, conservando el sabor de los bienhallados. Una ciudad, en definitiva, que ha reconvertido una vieja riera en un escaparate de lujo donde los guiris pueden comprar, a la vez, los más bellos recuerdos inspirados en las genialidades de Gaudí, Dalí y Miró junto con esperpénticas banderillas de plástico, castañuelas de plásticos, bailaoras de plástico, toros de plástico y sombreros mejicanos, también de plástico.

El complicado equlibrio cultural de esta ciudad no está exento de sus puntos de fricción pero en la calle se sobrellevan con total naturalidad. Lo que pase en las tertulias radiofónicas, los debates televisivos o las trifulcas parlamentarias es algo que trastoca a una minoría, preocupa a algunos pero apenas modifica el día a día de la mayoría. Y dichas modificaciones suelen traducirse en pequeños tabúes y gestos, apenas perceptibles para el visitante.

Anoche, sin embargo, nos tomamos fiesta. Crucé la cidad de cabo a rabo a eso de la una y media. Habían pasado tres horas de la finalización del partido pero las calles seguían de celebración. La ciudad discreta y comedida estaba enloquecida. Y lo que más llamaba la atención no eran las banderas, ni los toros de Osborne, ni las guiris desaforadas sino el ruido. En ocasiones los humanos nos liberamos de siglos de socialización y recuperamos nuestra animalidad haciendo lo que más nos gusta. Ruido. Mucho ruido. Algo permanece escondido en lo más profundo de nuestro código genético que nos empuja a exteriorizar nuestra alegría armando barullo. Una bacanal de jolgorio patrio que sublimado durante años que por unas horas muchos se permitieron desatar.

Yo no soy muy dado a las muestras públicas de alegría. Menos aún a las banderas, himnos (cómo me mola, eso sí, que la letra oficial del nuestro sea el chinta chinta que algunos acomplejados quisieron robarnos) y efervescencias patrioteras. Pero me hace mucha gracia que existan, y se vean, sobre todo cuando están ligadas a la celebración. A la fiesta. Debo reconocer que anoche disfruté. Pese a no gustarme el ruido, ni la estridencia del claxon, ni el oéoéoé. Pero me gusta la gente contenta. Por lo que sea. Qué grande es, en ocasiones, el fumbo.

PD.- Aquí iba a decir que yo siempre creí en esta seleección, que nunca dudé de las capacidades de Aragonés, que pedí a gritos que no llevaran a Raul y que repetí el podemos hasta la saciedad. Pero pa qué. Soy de los que creían que un equipo que lleva más de una década clasificándose por los pelos para todas las fases finales debe sentirse contento por llegar a cuartos y caer, casi siempre, con el anfitrión, o el futuro finalista, o el futuro campeón. Soy de los que creen que es preferible jugar bien y caer injustamente antes de tiempo que jugar mal y ganar injustamente al final. Por eso me alegra que, por una vez, el que ha jugado mejor (un comentarista dijo que como el Brasil de Pelé... quizás no es necesario exagerar) se lleve el gato al agua. Porque quizás eso convenza a los que toman las decisiones de que es preferible ser fiel a uno mismo aunque implique fracasar que buscar el éxito imitando a los demás. Y ya no sé si sigo hablando de fútbol.

Más información:


Celebración en la Plaza España de Barcelona


El follonero y "Salvados por la Eurocopa"

Catorce detenidos en Catalunya por los disturbios en la celebración (El Periódico)

martes, 24 de junio de 2008

Por fin es junio

Sí. Hace ya veintitantos días, pero es junio. Y como prometí, he vuelto. Han sido unos meses bastante duros. Y es que es duro ser tonto del culo. En los últimos meses me he demostrado a mí mismo un montón de cosas. Que era tonto ya lo sabía. Pero no hasta qué extremo. Ahora sé que el ser consciente de que uno es tonto y de que esa tontería lo lleva a complicarse tontamente la vida no implica actuar en consecuencia, sino consecuentemente. Me estoy liando para decir que he hecho exáctamente lo que se espera de un tonto con tendencia a complicarse la vida: complicarme más la vida.

Me lo he pasado bien. He aprendido. He disfrutado de todo lo que he hecho. Pero hubiera disfrutado más si hubiera hecho menos cosas. El asunto es que han sido casi cinco meses con mucho más trabajo del que podía asumir. Como siempre, pero multiplicado. Lo positivo es que físicamente he aguantado (no las tenía todas conmigo) y que he cumplido prácticamente con todo. Lo negativo que he tenido que renunciar a muchas cosas, que no he hecho nada como me hubiera gustado. No me basta con cumplir.

En cualquier caso he sobrevivido y he aprendido la lección. El año que viene volveré a complicarme la vida igual (o más) pero sabré a qué atenerme.

En fin. Que lo pasado pasado está. He acumulado en el cuerpo cerca de 10.000 kilómetros de carretera, más de 3.000 páginas de trabajos y exámenes corregidos, más de trescientos alumnos evaluados (95% aprobados), más de 100 blogs de alumnos controlados (con una media de cinco o seis prácticas por blog), unas 280 horas de clase impartidas, alrededor de 180 horas de sueño perdidas (con semanas trágicas como la pasada en que dormí una media de 3 horas diarias)... una vida social reducida a la mínima expresión, una vida bloguera desaparecida y una considerable dejación de funciones quiosqueras, domésticas, literarias, cafeteras y etílicas.

Ese es el balance de un semestre para no olvidar (para evitar en la medida de lo posible que se repita) y que afortunadamente ha quedado atrás. Me falta rematar unos cuantos flecos (cuentas pendientes) y daré el año por acabado. Y tengo dos meses para recuperarme y ponerme al día de lo que he dejado a medias o simplemente abandonado. Entre las tareas pendientes, poner al día mis blogs. Tengo varias historias a medias que espero retomar en los próximos días. Si aún hay alguien ahí, gracias por la paciencia y nos vemos en breve. He vuelto.