martes, 17 de febrero de 2009

Muere el creador de los clicks

Hans BeckDebe ser que me estoy haciendo mayor (mayor que yo, antes, supongo...) porque de todos los temas que tenía pendientes para ir colgando (el que no publique no significa que no piense en hacerlo) me he decidido precisamente por éste. Dentro de poquito alcanzaré la edad de Cristo (sobre este particular ya habrá tiempo para hablar) y supongo que la visión del infatigable avance del tiempo te pone melancólico y hace que aquellas noticias que te devuelven a la más tierna infancia te resulten más blogueables.

El asunto es que el pasado día 4 nos dejó un personaje que marcó nuestras vidas, pese a que la mayoría no hemos oído hablar de él hasta la publicación de su obituario. Se trata de Hans Beck (Ah, claro, el viejo Hans...) un señor desconocido por el gran público pero que marcó la infancia de buena parte de mis compañeros de generación. El Sr. Becks es nada más y nada menos que el creador de los Playmobil, unos muñequitos de plástico con los que muchos desarrollamos nuestra imaginación recreando mil y una historias.

Debo confesar, sin embargo, que yo jamás tuve un Playmobil. En mis tiempos lo que había eran Clicks de Famóbil, la marca con la que Famosa distribuyó en España estos muñecajos. Por aquel entonces tenían muchos menos gadgets que en años posteriores y, lo mejor de todo, sus manos eran rígidas y formaban parte del mismo molde que el brazo. De hecho, un click se componía de 6 piezas: una cabeza, el pelo, un tronco, dos brazos y ua única pieza para las dos piernas. Todas estas piezas eran exáctamente iguales entre todos los muñecos y sólo cambiaba el color, que era uniforme en toda la pieza a excepción de la cabeza que tenía un dibujito con las facciones (dibujo también igual en todos los modelos). Lo que daba personalidad a cada muñeco era el color del pelo y los gadgets, un montón de arreos que transformaban al cachivache inexpresivo en un pirata, un chérif o un bombero. Las únicas variaciones que recuerdo son un cuerpo más ancho con forma de falda para las chicas y la insólita pata de palo que lucía uno de los piratas que venían en el barco ídem. Aquel barco, que monté y desmonté innumerables veces, con sus cañones provistos de un muellecillo que lanzaban unas pequeñas bolas de plástico hasta que perdías la última, fue uno de los juguetes con los que más disfruté de pequeñajo. Más tarde se ampliaría el número de dibujos para las caras, aparecerían algunos modelos con barba, distintos moldes de peinado... y finalmente, las manos articuladas de los puñeteros Playmobil cuando yo ya era demasiado mayor para clicks y demasiado joven para corbatas. Qué difícil hacer un regalo a un adolescente de nuestros tiempos...

La verdad es que, si bien tuve una buena colección de clicks (el nombrado barco pirata, el chérif con su cárcel del lejano oeste y su caballo...) los que realmente me gustaban eral los Airgam Boys (entonces, argambois) un poquito más grandes y con más piezas. Tenían dos piernas y se le podían quitar manos y pies. También contaban con más modelos de cara y pelo, pero en el resto eran también todos iguales. De los bastantes argambois que tuve, recuerdo con especial cariño un escuadrón de romanos, con su centurión, su catapulta (lanzaba un click lo menos a 30 centímetros...) y su torre de asalto, y los equipos nacionales de España y Argentina, con una estensión para darle patadas a un icosaedro pintado como un balón y los numeritos a la espalda para recrear los cracks del momento: Arkonada, Quini, Juanito, Santillana, Ardiles, Pasarela, Kempes y un chavalín que no tenía pelusa (los modelos de pelo no daban para tanto) pero cuyo 10 a la espalda acreditaba que se trataba nada más y nada menos que del inigualable Maradona.

GeypermanHabía otros muñecajos más molones que los airgambois, pero también mucho más caros. Tuve un Mádelman (codos y rodillas articuladas y unos trajes y cachivaches con todo lujo de detalles) y, tachán tachán, ¡un Géiperman! un peazo muñeco de casi dos palmos ¡¡¡que tenía pelo de verdad!!! Una gozada no apta para todos los bolsillos.

En fin. Que todo este rollo para decir que aun a riesgo de pasar por un frikarra, un nostálgico empedernido, un abuelito cebolleta o simplemente un tarado, echo de menos mis muñecajos de la infancia, aquellos con los que jugué hasta destrozarlos y que hoy valen un pastón en el Ebay. Claro que todos los míos salieron de su envoltorio original a los cinco segundos y jamás pisaron una vitrina. Ni siquiera mi Darth Vader o mi guerrero imperial de la luna de Ender, con esa peaso moto voladora que se desmontaba al pulsar un botoncito y cuyos fragmentos, con los que quizás soñaría un coleccionista, duermen el sueño de los justos en alguna caja de algún desván cagándose en los legos (que viva el Tente) los GIJoes, los Gormitis y como leche se llamen los muñecos con los que han venido juegando los niños de las generaciones sucesivas.

Descansa en paz, papá click.


Hans Beck, 'padre' de los 'clicks' de Playmobil, en El Mundo

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