jueves, 9 de junio de 2011

La plaza es el mensaje

Lo que viene a continuación es un rollazo interminable y sumamente cargante en el que se relacionan los acontecimientos de las últimas semanas con una serie de lecturas que en principio no tenían nada que ver con el asunto. Si tienes algo mejor que hacer (dormir, jugar a la petanca, enviar cartas para que repongan Aquí hay tomate...) te recomiendo que no pierdas tu tiempo. Si no... En fin. Si no se te ocurre nada mejor que hacer te mereces leerlo y hasta hacer tu propia versión del artículo. Luego no digas que no te he avisado.


En las últimas semanas las plazas de medio mundo han congregado a miles de personas que se unían para mostrar su indignación ante un sistema que, consideran, les ha fallado reiteradamente. Si hubiera de escoger una sola palabra para describir este fenómeno sería sin lugar a dudas “complejo”. Ahí acaban todas mis certezas. La complejidad resulta evidente en un movimiento aparentemente caótica y a todas luces descabezado (en tanto que no hay una cabeza visible a quien señalar como responsable de las acciones que se llevan a cabo) pero no por ello desorganizado. No en vano estamos hablando de centenares de colectivos (unos más grandes, otros más pequeños) que ocupan el espacio público para crear un entorno ordenado de convivencia, trabajo, intercambio de experiencias, debate político, toma de decisiones… Las acampadas, sobre todo las dos más numerosas (Madrid y Barcelona) cuentan con distintas zonas de debate en las que se organizan comisiones de temas muy variados, disponen de centros de información permanente sobre cada una de estas comisiones, así como de zonas para el descanso, enfermería, comedor, biblioteca, recursos informáticos e incluso guardería. Algunas zonas de las plazas se reservan para que los participantes se expresen mediante grafitis, dibujos, pancartas… Hay incluso espacios/monumento dedicados a otras plazas que representan otras revoluciones como la islandesa o la egipcia. Y un gran espacio central que durante el día se dedica a la convivencia y el intercambio de impresiones entre acampados y gente de paso y al caer la tarde acoge la asamblea, espacio central del debate y lugar de toma de decisiones.
Debido quizás a la propia complejidad de lo que está ocurriendo resulta especialmente interesante ver las reacciones que las acampadas suscitan entre la clase política, los intelectuales o los medios de comunicación. La mayoría obviaron directamente el tema durante varios días. Como si aquello que no se podía entender no existiera. Otros lo menospreciaron considerando a todos los manifestantes como jóvenes radicales o perroflautas (desafortunada expresión que equipara a los acampados con una suerte de hippies trasnochados y pulgosos sin nada mejor que hacer que pasar el día drogados en mitad de una plaza). Algunos incluso quisieron ver tras las manifestaciones la mano negra de los partidos políticos que lanzaban a sus simpatizantes a la calle para intentar cambiar el rumbo de las elecciones municipales.
Y frente a ellos, otro grupo de intelectuales y periodistas (algún político también pero siempre con la boca pequeña y más con intención de ganar adeptos que realmente creyendo lo que dicen) totalmente identificados con la manifestación que han hecho de sus consignas bandera y no sólo han gritado a los cuatro vientos las bondades de la “revolución” sino que incluso han pasado por las plazas a mostrar su apoyo.
En definitiva, sea desde la inquina sea desde la adoración, sobre las manifestaciones se han expresado un sinfín de opiniones pero ninguno hemos sido capaces de explicar qué estaba pasando, por qué y, mucho menos, en qué va a quedar todo esto.
No voy a intentar, por tanto, explicar algo que no entiendo. Pero sí voy a intentar analizar alguna de las causas que explican por qué nos cuesta tanto entender qué está pasando.
De entrada, hay unos cuantos factores inusuales que resultan clave para entender por qué yerran tanto los que intentan explicar las concentraciones con los mismos argumentos que utilizaron para explicar otros movimientos sociales de gran incidencia política como el mayo del 68 francés, las manifestaciones del 13 de marzo de 2004 o incluso algunas de las recientes manifestaciones que se han vivido en el mundo árabe.

  • Dificultad para identificar al protagonista: no existe una persona ni siquiera una institución identificable que se pueda considerar la autora o inspiradora de los hechos. Colectivos como Democracia Real Ya estaban detrás de las manifestaciones del pasado 15 de mayo que desembocaron en la ocupación de las plazas, pero muchos de los participantes desconocían dicho colectivo y se habían sumado a partir de centenares de convocatorias diferentes que circulaban por las redes sociales. Los participantes de las manifestaciones no representan a nadie ni reconocen a nadie como su representante.
  • Multiplicidad de discursos: cada participante accede a la plaza bajo su propia consigna. No hay un lema que los una. Ni siquiera una idea común. Todos se sienten desamparados ante el actual sistema político y económico y consideran que no se les tiene en cuenta a la hora de buscar soluciones, pero cada cual pone el acento en aspectos distintos. Esto se hace evidente al ver la cantidad de hashtags (etiquetas en twiter) diferentes que se están utilizando. Cada etiqueta representa una idea, una línea de trabajo, un colectivo… sólo en twiter. Y hay cientos. Cuántas habrá fuera de esa red social.
  • Múltiples focos informativos: cada ciudad tiene su acampada y, con el traslado de las protestas a los barrios o a las puertas de las embajadas y consulados en todo el mundo el número de manifestaciones aumenta cada día. Y cada lugar, dado que no hay una organización que centralice las acciones, se autoregula y pone el acento en aspectos distintos. Esto hace que los medios tengan dificultades para seguir el movimiento más allá de lo que ocurre en Madrid y Barcelona. Por si fuera poco, buena parte de los debates tienen lugar de forma totalmente descentralizada en las redes sociales.
  • Acontecimientos las 24 horas: a todas horas hay comisiones y asambleas en algún lugar, y constantemente se intercambia información por las redes sociales. Es imposible estar al día de todo lo que ocurre en todas partes y también contrastar las informaciones que se van produciendo.
  • Analógico y digital: en un país donde las tecnologías de la información aún están muy lejos de ser algo generalizado (para empezar, apenas hace dos años que existen las tarifas planas de conexión a internet móvil) la red está siendo un espacio fundamental de movilización e intercambio de ideas. Sin embargo, en paralelo, la mayoría de las acampadas se organizan de forma totalmente artesanal, con lápiz y papel, voto a mano alzada y, en el mejor de los casos, un megáfono.

30 años después de la muerte de Lasswell nos encontramos con un fenómeno en que no sabemos qué, quién, dónde, cuándo y cómo pasan las cosas. De este modo resulta terriblemente complicado acercarse siquiera a entender por qué.