sábado, 16 de abril de 2011

Semana musical

Después del cabreo de la semana pasada las noticias se han ido sucediendo para aumentar paulatinamente mi indignación. Antes de hablar de cómo algunas empresas han aprovechado la crisis para deshacerse de lastre y aumentar sus beneficios, ante la pasividad de nuestros representantes políticos, voy a tomarme un par de días para calmarme. Y como dicen que la música amansa las fieras hoy toca post musical.

El pasado día 3 de abril el tenor mexicano Rolando Villazón dio un concierto en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona. La primera parte del concierto estuvo compuesta por arias de Mozart. La segunda por arias de Donizetti, Cilea y Verdi. Estuvo acompañado por la Orquestra Simfònica del Gran Teatre del Liceu, que interpretó oberturas de Mozart y Verdi y el Intermezzo de Cavalleria Rusticana, de Mascagni. Probablemente una de las piezas orquestales más bellas de la historia de la ópera.




Villazón volvía al Liceo tras sus aclamadas representaciones de L'elisir d'amore (Donizetti) y Manon (Messenet) de 2005 y 2007, respectivamente. Desde entonces ha pasado por malos momentos en los que ha tenido que cancelar algunas actuaciones por problemas de salud y ha sido el protagonista involuntario de multitud de especulaciones sobre el futuro de su carrera. No es algo nuevo en el mundo de la ópera. Basta leer los comentarios bajo cualquier video de Youtube para ver lo aficionados que son algunos a criticar y vilipendiar a cualquier artista demostrando más falta de respeto que criterio. Todo el mundo habla como si fuera un experto en técnica vocal, medicina del canto, musicología y hasta estilismo. Todo el mundo se considera capacitado para asegurar que tal cantante tiene una mala técnica o tal otro está sobrevalorado. Por supuesto, siempre hay otro cantante (preferiblemente muerto) cuyas versiones eran incomparablemente mejores.

De Villazón se ha dicho que forzaba la voz para adaptarse a un repertorio inadecuado para sus capacidades lo que le ha obligado a pasar por el quirófano para operarse de dos nódulos en las cuerdas vocales. Que no volvería a cantar. Que no podría aguantar una ópera completa. Que su voz sería distina...



No entiendo de estos temas. Sólo sé cuándo algo me gusta y cuándo no. Y me encantó el concierto de Villazón. Y es que en música (no sólo en música) hay una cosa que está por encima de la técnica, las racionalizaciones y los vanos intentos de objetivación: el sentimiento. Villazón comunica emociones desde el mismo instante en que pisa el escenario y cuando empieza a cantar se produce magia. Tal vez no suene como en el pasado. Tal vez haya cantantes mejores. A quién le importa cuando alguien es capaz de emocionar a todo un teatro con su calidez, su cariño y su voz.

Tras mostrar su dominio de las agilidades y la respiración en las arias de Mozart (especialmente Il mio tesoro, de Don Giovanni) y el control con arias más pesadas para una voz lírica como Quando la sera al placido de Luisa Miller (Verdi), Villazón dejó lo mejor para los bises. Fueron tres y cada uno de ellos fue un guiño para los espectadores. El más entrañable, sin duda, el último en que embelesó al público cantando Rosó (Ribas i Gabriel) en catalán. Antes nos había deleitado con Ya mis horas felices de la zarzuela La del soto del parral (Soutullo).



Pero el momento más mágico fue el primer bis donde Villazón recuperó el aria más conocida de L'elisir d'amore (Donizetti), Una furtiva lagrima, con la que triunfó en el Liceu hace unos años. Como siempre, la cantó con suma delicadeza, recreándose en los pianissimos y dibujando un Nemorino entrañable.



Para acabar esta semana musical cambié de registro y me volví al Liceu para disfrutar con las dos piezas más representativas del verismo: Cavalleria rusticana (Mascagni) y I Pagliacci (Leoncavallo), ambas con la participación del tenor argentino José Cura.



Estas dos óperas, de poco más de una hora de duración, suelen representarse juntas, aunque no todos los cantantes se atreven a doblar los papeles. José Cura, como nos tiene acostumbrados, hizo una interpretación muy apasionada en la que destacó especialmente en los momentos culminantes de las óperas: el final de Cavalleria Rusticana, Mamma quel vino e generoso, y el famoso aria del final del primer acto de I Pagliacci, Vesti la giubba.



En definitiva, una semana fantástica para olvidar los pesares que traen los periódicos últimamente.

1 comentario:

Norma dijo...

Un lujazo