jueves, 9 de junio de 2011

La plaza es el mensaje

Lo que viene a continuación es un rollazo interminable y sumamente cargante en el que se relacionan los acontecimientos de las últimas semanas con una serie de lecturas que en principio no tenían nada que ver con el asunto. Si tienes algo mejor que hacer (dormir, jugar a la petanca, enviar cartas para que repongan Aquí hay tomate...) te recomiendo que no pierdas tu tiempo. Si no... En fin. Si no se te ocurre nada mejor que hacer te mereces leerlo y hasta hacer tu propia versión del artículo. Luego no digas que no te he avisado.


En las últimas semanas las plazas de medio mundo han congregado a miles de personas que se unían para mostrar su indignación ante un sistema que, consideran, les ha fallado reiteradamente. Si hubiera de escoger una sola palabra para describir este fenómeno sería sin lugar a dudas “complejo”. Ahí acaban todas mis certezas. La complejidad resulta evidente en un movimiento aparentemente caótica y a todas luces descabezado (en tanto que no hay una cabeza visible a quien señalar como responsable de las acciones que se llevan a cabo) pero no por ello desorganizado. No en vano estamos hablando de centenares de colectivos (unos más grandes, otros más pequeños) que ocupan el espacio público para crear un entorno ordenado de convivencia, trabajo, intercambio de experiencias, debate político, toma de decisiones… Las acampadas, sobre todo las dos más numerosas (Madrid y Barcelona) cuentan con distintas zonas de debate en las que se organizan comisiones de temas muy variados, disponen de centros de información permanente sobre cada una de estas comisiones, así como de zonas para el descanso, enfermería, comedor, biblioteca, recursos informáticos e incluso guardería. Algunas zonas de las plazas se reservan para que los participantes se expresen mediante grafitis, dibujos, pancartas… Hay incluso espacios/monumento dedicados a otras plazas que representan otras revoluciones como la islandesa o la egipcia. Y un gran espacio central que durante el día se dedica a la convivencia y el intercambio de impresiones entre acampados y gente de paso y al caer la tarde acoge la asamblea, espacio central del debate y lugar de toma de decisiones.
Debido quizás a la propia complejidad de lo que está ocurriendo resulta especialmente interesante ver las reacciones que las acampadas suscitan entre la clase política, los intelectuales o los medios de comunicación. La mayoría obviaron directamente el tema durante varios días. Como si aquello que no se podía entender no existiera. Otros lo menospreciaron considerando a todos los manifestantes como jóvenes radicales o perroflautas (desafortunada expresión que equipara a los acampados con una suerte de hippies trasnochados y pulgosos sin nada mejor que hacer que pasar el día drogados en mitad de una plaza). Algunos incluso quisieron ver tras las manifestaciones la mano negra de los partidos políticos que lanzaban a sus simpatizantes a la calle para intentar cambiar el rumbo de las elecciones municipales.
Y frente a ellos, otro grupo de intelectuales y periodistas (algún político también pero siempre con la boca pequeña y más con intención de ganar adeptos que realmente creyendo lo que dicen) totalmente identificados con la manifestación que han hecho de sus consignas bandera y no sólo han gritado a los cuatro vientos las bondades de la “revolución” sino que incluso han pasado por las plazas a mostrar su apoyo.
En definitiva, sea desde la inquina sea desde la adoración, sobre las manifestaciones se han expresado un sinfín de opiniones pero ninguno hemos sido capaces de explicar qué estaba pasando, por qué y, mucho menos, en qué va a quedar todo esto.
No voy a intentar, por tanto, explicar algo que no entiendo. Pero sí voy a intentar analizar alguna de las causas que explican por qué nos cuesta tanto entender qué está pasando.
De entrada, hay unos cuantos factores inusuales que resultan clave para entender por qué yerran tanto los que intentan explicar las concentraciones con los mismos argumentos que utilizaron para explicar otros movimientos sociales de gran incidencia política como el mayo del 68 francés, las manifestaciones del 13 de marzo de 2004 o incluso algunas de las recientes manifestaciones que se han vivido en el mundo árabe.

  • Dificultad para identificar al protagonista: no existe una persona ni siquiera una institución identificable que se pueda considerar la autora o inspiradora de los hechos. Colectivos como Democracia Real Ya estaban detrás de las manifestaciones del pasado 15 de mayo que desembocaron en la ocupación de las plazas, pero muchos de los participantes desconocían dicho colectivo y se habían sumado a partir de centenares de convocatorias diferentes que circulaban por las redes sociales. Los participantes de las manifestaciones no representan a nadie ni reconocen a nadie como su representante.
  • Multiplicidad de discursos: cada participante accede a la plaza bajo su propia consigna. No hay un lema que los una. Ni siquiera una idea común. Todos se sienten desamparados ante el actual sistema político y económico y consideran que no se les tiene en cuenta a la hora de buscar soluciones, pero cada cual pone el acento en aspectos distintos. Esto se hace evidente al ver la cantidad de hashtags (etiquetas en twiter) diferentes que se están utilizando. Cada etiqueta representa una idea, una línea de trabajo, un colectivo… sólo en twiter. Y hay cientos. Cuántas habrá fuera de esa red social.
  • Múltiples focos informativos: cada ciudad tiene su acampada y, con el traslado de las protestas a los barrios o a las puertas de las embajadas y consulados en todo el mundo el número de manifestaciones aumenta cada día. Y cada lugar, dado que no hay una organización que centralice las acciones, se autoregula y pone el acento en aspectos distintos. Esto hace que los medios tengan dificultades para seguir el movimiento más allá de lo que ocurre en Madrid y Barcelona. Por si fuera poco, buena parte de los debates tienen lugar de forma totalmente descentralizada en las redes sociales.
  • Acontecimientos las 24 horas: a todas horas hay comisiones y asambleas en algún lugar, y constantemente se intercambia información por las redes sociales. Es imposible estar al día de todo lo que ocurre en todas partes y también contrastar las informaciones que se van produciendo.
  • Analógico y digital: en un país donde las tecnologías de la información aún están muy lejos de ser algo generalizado (para empezar, apenas hace dos años que existen las tarifas planas de conexión a internet móvil) la red está siendo un espacio fundamental de movilización e intercambio de ideas. Sin embargo, en paralelo, la mayoría de las acampadas se organizan de forma totalmente artesanal, con lápiz y papel, voto a mano alzada y, en el mejor de los casos, un megáfono.

30 años después de la muerte de Lasswell nos encontramos con un fenómeno en que no sabemos qué, quién, dónde, cuándo y cómo pasan las cosas. De este modo resulta terriblemente complicado acercarse siquiera a entender por qué.


Indignados vs. antisistema
Uno de los factores que genera mayor controversia a la hora de analizar las manifestaciones se hace evidente al intentar definir al protagonista de los hechos. En función de cómo se representa al manifestante así serán luego las interpretaciones que se harán de las manifestaciones. En este sentido, resulta muy interesante la dificultad que encuentran algunos intelectuales para definir el carácter de las concentraciones. Para muchos el factor determinante está en la protesta. Utilizan el término “indignados” para referirse a los acampados y ponen el acento en dicha indignación como el eje vertebrador de todas las protestas. Desde este punto de vista, la indignación sería la causa de las primeras manifestaciones y el nexo entre los participantes que buscan en el grupo el apoyo de otros indignados. De este modo la indignación sería una suerte de energía que se ha ido acumulando a lo largo de años de aguantar afrentas de los políticos (blanco de las protestas) y que en un momento dado se ha desbordado. Las protestas sirven para canalizar dicha energía y, por tanto, tras unos cuantos días de ejercicio de la protesta las energías se liberan y el ciudadano puede volver a casa a seguir acumulando indignación hasta la próxima vez. Los participantes de esta visión suelen mostrar su paternalista comprensión hacia los acampados hasta el momento en que alguno lanza una consigna política. En este momento se rompe el romance entre el intelectual y el acampado, entendiendo el primero que el segundo ha renunciado a sus principios al entrar en el juego de aquellos contra los que protestaba.
Los que ven a los acampados sólo como indignados están negando el carácter político de las protestas, cuando, si tenemos en cuenta la idea de Rancière de que la política se basa precisamente en la reconfiguración de lo sensible, esto es, en su proceso de cambio, dichas protestas son eminentemente políticas en tanto que pretenden cambiar el modo en que se organiza la sociedad. Las concentraciones en las plazas se distinguen de las protestas a las que estamos acostumbrados precisamente en que intentan cambiar el sistema proponiendo nuevas alternativas a lo que hasta ahora hemos dado por bueno. No tratan de evidenciar que hay un problema, ni de mostrar los defectos de tal o cual gobierno. Intentan hacer política: cambiar las reglas del juego para facilitar la participación en el sistema político de los ciudadanos que hasta ahora sólo se tenían en cuenta cada cuatro años. Las manifestaciones tradicionales, por tanto, serían el modo en que se hacen visibles unas voces que hasta ahora estaban ocultas, lo que Rancière llamaría la estética de la política, mientras que los más críticos con los movimientos considerarían que dichas manifestaciones no son políticas sino simplemente estéticas (o esteticistas en la terminología de Benjamin) en tanto que sólo difieren de las manifestaciones corrientes en las formas, pero no en los objetivos.Los participantes de ambas visiones tienen ejemplos sobrados para demostrar sus respectivas teorías. Efectivamente encontramos en las acampadas gente que intenta reconfigurar el sistema junto a otros que se limitan a repetir viejas consignas y a hacer pancartas más o menos imaginativas pero que no tienen nada nuevo que aportar.
Debemos tener en cuenta que lo que Rancière entiende por política no es exactamente lo mismo a lo que nos referimos habitualmente:
Generalmente se denomina política al conjunto de los procesos mediante los cuales se efectúan los agregados y el consentimiento de las colectividades, la organización de los poderes, la distribución de los lugares y funciones y los sistemas de legitimación de esta distribución. Propongo dar otro nombre a esta distribución y al sistema de legitimaciones. Propongo llamarlo policía.
Ranciere, J. El desacuerdo. Política y Filosofía
Lo policial para Rancière, por tanto, hace referencia al modo en que se organiza una comunidad y lo político al los procesos destinados a reconfigurarla, a cambiar dicha manera de organizarse. Siguiendo este criterio, el modo en que el conseller d’Interior de la Generalitat quiso “limpiar” la zona de acampada de Barcelona sería doblemente policial, nunca político.
En paralelo, otros intelectuales no han negado nunca el carácter político de las protestas y prefieren tildar a los acampados de “anti sistema”. En esta definición (dejando a un lado los que identifican dicho término con determinados movimientos violentos que acostumbran a producirse en paralelo a las grandes cumbres económicas) se considera que los manifestantes sí tienen una intención política más allá de la mera expresión de su indignación, pero dicha intención o bien se centra en la crítica al modelo actual y por tanto es, utilizando de nuevo la terminología de Rancière, más policial que política (dado que define las divisiones entre los modos de hacer pero sin reconfigurarlos) o es directamente utópica y por tanto irrealizable.
Para Rancière, sin embargo, el hecho de que estos planteamientos resulten utópicos no implica directamente que no sean políticos ya que utopía es una palabra que implica dos significaciones contradictorias:
La utopía es el no lugar, el punto extremo de una reconfiguración polémica de lo sensible, que destruye las categorías de la evidencia. Pero es también la configuración de un buen lugar, de una división no polémica del universo sensible, donde lo que se hace, lo que se ve y lo que se dice se ajustan exactamente. Las utopías y socialismos utópicos han basado su funcionamiento en esta ambigüedad: por una parte, como revocación de las evidencias sensibles en las que echa raíces la normalidad de la dominación; por otra parte, como proposición de un estado de cosas donde la idea de comunidad tendría sus formas adecuadas de incorporación, donde, por tanto, quedaría suprimida esta contestación respecto de las relaciones de las palabras con las cosas, que constituye el meollo de la política.
Rancière, J. La división de lo sensible
Desde este punto de vista, el hecho de que lo que piden los acampados fuera o no realizable resultaría intrascendente a la hora de determinar el carácter político de las concentraciones. Lo que da valor a las acampadas es su voluntad de cambiar el modo en que se hace política proponiendo modificar el actual sistema representativo para dotar al pueblo de mayor poder de participación y decisión en el modo en que se los gobierna.
Sin embargo, no falta quien pretende utilizar estas intenciones políticas precisamente para mantener el actual sistema. Algunos políticos, intelectuales, periodistas e incluso acampados, pese a mostrar de forma más o menos abierta su apoyo a las manifestaciones, no tienen ningún interés en que se cambien las formas de hacer política sino, como mucho, en que cambien los actores, pero que todo quede igual. En este caso lo que estarían haciendo quienes intentan dirigir a los acampados para que abracen tal o cual causa que ya existe y tienes sus formas de actuación en sistema sería policía y no política. Como ejemplo podemos citar los intentos de algún medio conservador de intentar capitalizar la indignación en votos de castigo al PSOE, el interés de algunos colectivos que esgrimen los recortes de gobiernos conservadores para que las manifestaciones apoyen políticas de izquierdas o diversas intervenciones de grupos con intereses muy concretos en radicalizar las propuestas para derivar las manifestaciones a reivindicaciones republicanas, soberanistas… Walter Benjamin ya había analizado formas de actuación similares en Alemania e Italia, donde colectivos fascistas intentaban movilizar a las clases trabajadoras no para modificar el sistema sino precisamente para mantenerlo, haciendo simples cambios estéticos.
La proletarización creciente del hombre actual y el alineamiento también creciente de las masas son dos caras de uno y el mismo suceso. El fascismo intenta organizar las masas recientemente proletarizadas sin tocar las condiciones de la propiedad que dichas masas urgen por suprimir. El fascismo ve su salvación en que las masas lleguen a expresarse (pero que ni por asomo hagan valer sus derechos) . Las masas tienen derecho a exigir que se modifiquen las condiciones de la propiedad; el fascismo procura que se expresen precisamente en la conservación de dichas condiciones. En consecuencia, desemboca en un esteticismo de la vida política. A la violación de las masas, que el fascismo impone por la fuerza en el culto a un caudillo, corresponde la violación de todo un mecanismo puesto al servicio de la fabricación de valores cultuales.
Benjamin, W. Discursos Interrumpidos I
La imposibilidad de identificar los movimientos con una única cabeza visible, la ausencia de un líder reconocible o una consigna común facilitan que estos colectivos interfieran. Sin embargo la propia multiplicidad de voces también diluye estos discursos de modo que las prácticas más inmovilistas, las dirigidas, las meramente estéticas, las policiales, las manipulaciones… conviven con las de carácter político, las que intentan cambiar el sistema. Quizás por ello resulta tan difícil analizar este movimiento de forma crítica: porque entre tantas voces distintas siempre es posible encontrar una excepción que confirme nuestro prejuicio.

El intelectual ignorante
Atendiendo a las reacciones que suscitan las acampadas, especialmente entre el establishment (políticos, intelectuales, medios de comunicación…), observamos posturas muy extremas. Las reacciones que hemos comentado, tanto a favor como en contra de estas manifestaciones, apenas han entrado a analizar el valor político de lo que estaba ocurriendo, sino que se han basado en opiniones personales que han derivado inmediatamente en predicciones sobre la relevancia de las consecuencias que esperaban de las acampadas. Desde este punto de vista se han generado dos posturas extremas enfrentadas e irreflexivas: por un lado los que afirmaban que todo lo que está ocurriendo no va a servir para nada (independientemente de que previamente se hubieran expresado argumentos a favor o en contra) y por otro los que aseguran que se ha plantado una semilla que dará unos frutos indeterminados pero a todas luces visibles en los próximos años. Resumiendo: los que creen que no servirá de nada y los que creen que lo cambiará todo.
Estas dos posturas nos llevan inmediatamente a pensar en Eco y sus Apocalípticos e integrados. Como siempre ante una novedad (avance tecnológico, medio de comunicación…) surgen dos posturas enfrentadas: la de los que consideran que se trata de una aberración inútil y la de los que lo consideran el mayor logro de la humanidad. Los apocalípticos, en el caso que nos ocupa, ven en las acampadas un movimiento radical e inútil que no sólo no es necesario sino que traerá más mal que bien a nuestra sociedad (de entrada, alteración del orden público, ocupación indebida del espacio público, problemas de higiene, pérdidas económicas para los comerciantes de las proximidades, eventuales enfrentamientos violentos con los siempre pacíficos aficionados de los clubs deportivos…). Por su parte, los integrados ven una oportunidad de cambiar el mundo y hacerlo mejor mediante la participación de los colectivos que tradicionalmente han estado apartados del poder, generando de este modo enormes beneficios para la sociedad (refuerzo de la democracia, posibilidad de hacer oír la voz de los más desfavorecidos, mayor justicia social, saneamiento de las instituciones públicas…)
La cultura de masas es la anticultura. Y puesto que ésta nace en el momento en que la presencia de las masas en la vida social se convierte en el fenómeno más evidente de un contexto histórico, la “cultura de masas” no es signo de una aberración transitoria y limitada, sino que llega a constituir el signo de una caída irrecuperable, ante la cual el hombre de cultura […] no puede más que expresarse en términos de Apocalipsis.
En contraste, tenemos la reacción optimista del integrado.
Eco, U. Apocalípticos e integrados
Resulta interesante que muchas de las posturas más críticas con los acampados plantean sus reticencias desde una especie de superioridad intelectual que les permite mostrarse paternalista con los manifestantes e intenta orientarlos sobre lo que tendrían que entender o lo que deberían hacer. Adorno y Horkheimer criticaron “la estupidez de pretender saber demasiado” que lleva a los pretendidos sabios a dar por válidas las mayores estupideces simplemente porque creen saber más que el que los escucha.
Los listos han hecho siempre fácil la partida a los bárbaros, porque son así de tontos. Son los juicios orientados y de amplia perspectiva, las prognosis fundadas en la estadística y en la experiencia, las afirmaciones que comienzan con un “a fin de cuentas, sé lo que me digo, son los asertos sólidos y concluyentes los que resultan falsos.
Adorno, T. y Horkheimer, M. Dialéctica de la ilustración
Estas posturas al igual que en El maestro ignorante de Rancière, nos hacen pensar en el intelectual que centra el valor de sus palabras en la creencia de que quien las escucha es más ignorante que él y no está capacitado de entender algo si el maestro no se lo explica. En este caso, los acampados no estarían indignados por el modo en que los trata el sistema sino porque no logran entenderlo. Los políticos por tanto, si han cometido algún error ha sido el de no saber explicarse (tradicionalmente este es el nivel máximo de autocrítica de los políticos: no hemos sabido explicar nuestros logros o nuestro programa pero para la próxima vez hemos aprendido la lección. Evidentemente, si esa es la conclusión a la que llegan, no han aprendido nada). En el momento que se lo expliquen y los obtusos indignados lo entiendan volverán a sus casas pues entender el sistema significa aceptar que quien está en el poder hace lo mejor para ellos y si las cosas no han salido mejor es porque era imposible.
La lógica de la explicación comporta de este modo el principio de una regresión al infinito: la reproducción de las razones no tiene porqué parar nunca. Lo que frena la regresión y da al sistema su base es simplemente que el explicador es el único juez del punto donde la explicación está ella misma explicada. Es el único juez de esta pregunta en sí misma vertiginosa: ¿ha comprendido el alumno los razonamientos que le enseñan a comprender los razonamientos? Es ahí donde el maestro supera al padre de familia: ¿Cómo estará éste seguro de que el niño ha comprendido los razonamientos del libro? Lo que le falta al padre de familia, lo que faltará siempre al trío que forma con el niño y el libro, es ese arte singular del explicador: el arte de la distancia. El secreto del maestro es saber reconocer la distancia entre el material enseñado y el sujeto a instruir, la distancia también entre aprender y comprender. El explicador es quien pone y suprime la distancia, quien la despliega y la reabsorbe en el seno de su palabra.
Rancière, J. El maestro ignorante
Paradójicamente, muchos acampados sufren del mismo mal, es decir, cuando se dirigen a los medios de comunicación o a los intelectuales los acusan de no estar entendiendo nada, convencidos de que su interpretación de los hechos es la correcta y que todo quedará claro cuando logren hacer entender sus propuestas (unas propuestas que hasta el momento no han acabado de concretarse, y menos aún de explicarse). Para acabar de rizar el rizo, la primera idea que he expresado en esta reflexión es mi perplejidad ante el hecho de que nadie parece entender lo que está ocurriendo, lo que probablemente me convierte en el más ignorante de todos.
En cualquier caso, también hay un nutrido grupo de intelectuales que, seducido por la estética de la revolución, admira y apoya las acampadas pese a que en el fondo no cree en sus principios dado que forma parte del problema que las acampadas denuncian. Para Benjamin, el sistema acepta a estas personas que difunden ideas revolucionarias precisamente porque se encuentran dentro de una rutina en la que el apoyo a estos mensajes tiene cabida pero nunca la acción para modificar las cosas.
Estamos frente al hecho […] de que el aparato burgués de producción y publicación asimila cantidades sorprendentes de temas revolucionarios, de que incluso los propaga, sin poner por ello seriamente en cuestión su propia consistencia y la consistencia de la clase que lo posee. En cualquier caso se trata de algo correcto mientras esté pertrechado por gentes de rutina, sean éstas o no revolucionarias. Y yo defino al rutinario como hombre que sistemáticamente renuncia a enajenar, por medio de mejoras y en favor del socialismo, el aparato de producción respecto de la clase dominante.
(Benjamin, W. El autor como productor

La brecha digital
Un tema que resulta especialmente interesante es el del papel que han jugado las nuevas tecnologías y muy especialmente las redes sociales en todo este movimiento. Aquí, por supuesto, nuestros apocalípticos e integrados han tenido mucho que decir. Mientras unos aseguraban que la rapidez con que circulaba la información por las redes sociales les restaba credibilidad ya que hacía imposible que los datos difundidos fueran debidamente analizados y contrastados, los otros entraban en una especia de catarsis reconociendo en cada tweet el inicio de la prometida revolución que traerían los nuevos medios.
Las redes sociales han tenido siempre un enorme poder a la hora de difundir información, incluso antes de la invención de las telecomunicaciones (de hecho la teoría de los seis grados de separación la propuso Frigyes Karinthy en los años 30) pero ahora su eficacia es mucho mayor y sabemos que es posible hacer que una idea llegue inmediatamente a miles de personas simplemente consiguiendo que la mayoría de tus conocidos la reenvíen a su red. En cualquier caso, la tecnología sólo nos da la posibilidad de contactar con las personas, lo que hagamos después depende del tipo de información que enviemos.
En este sentido, las redes se han llenado de información sobre las acampadas pero la mayoría de esta información era redundante o apenas aportaba nada a lo ya sabido. El efecto retweet (técnica de redifusión de mensajes ideada por la plataforma Twitter pero que ha inspirado a multitud de medios que, en vez de crear contenidos, se dedican a reproducir los de otros), inventado para hacer que un mismo mensaje llegase a más gente, ha supuesto que los mensaje se uniformicen y haya menos variedad de la prevista. Este mismo efecto ha sido aprovechado por intoxicadores (o infoxicadores, utilizando la teminología de Alfons Cornella) para saturar a los lectores de información inútil o difundir mensajes falsos que restaban credibilidad al movimiento.
Todos estos aspectos han sido ampliamente comentados y criticados por mucha gente, especialmente desde los debates en los medios de comunicación (más preocupados a veces de la posible competencia que pueda venir de la red que de decir algo que interese a alguien). Pero eso no niega el importante papel que han jugado, especialmente los primeros días, estas tecnologías para movilizar y organizar a los acampados. Digo especialmente los primeros días porque durante el inicio de las acampadas los grandes medios no aparecieron en ningún momento generando una suerte de histeria en ciertas redes en las que parecía que lo importante no era lo que tenían que decir los acampados sino el supuesto boicot de los medios de comunicación. Finalmente los medios vinieron, pero eso cambió las cosas.
Los medios de comunicación, especialmente la radio y la televisión, por su propia configuración, no pueden explicar un proceso tan complejo como este. De entrada su mensaje es absolutamente secuencial cuando lo que se producía en las plazas era hipertextual (mensajes que llevan a mensajes y estos a su vez a más mensajes). Schramm explicó los medios de comunicación de masas como un sistema binario en el que el medio es a la vez intérprete de la realidad y codificador de mensajes listos para ser empaquetados y reproducidos de manera idéntica para ser enviados a un público al que se ve como homogéneo. Lo que ocurría en las plazas era difícil de interpretar e imposible de codificar en un “paquete televisable”. Pero dado que los medios sufren de horror vacui, una vez llegaron las televisiones empezaron a interpretar y empaquetar. Y lo que ellas explicaron es lo que vio la España del otro lado de la brecha, esto es, los millones y millones de españoles que o no usan la red o lo hacen exclusivamente para temas de trabajo o entretenimiento.
Una vez que la apisonadora de los medios llega al escenario de una acampada manda la parrilla. La realidad debe amoldarse a los horarios de emisión de los informativos y los discursos al tiempo de la pieza y las expectativas del “espectador modelo” (jugando con la terminología de Eco) que imaginó el medio cuando definió el informativo. La noticia es un producto de consumo cuya finalidad no es tanto informar sino dar la sensación de que se está informado. Para ello no puede dejar espacio a la duda. El espectador debe creer que lo que ha visto es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Teniendo en cuenta además que los medios forman parte del sistema, pueden permitirse el lujo de jugar al juego de la revolución, pero sólo si es revolución televisada. (Es interesante en este aspecto el caso de Antena 3 durante el intento de desalojo de la Plaza Cataluña. Sus reporteros se volcaron con los acampados cuando apenas les habían hecho caso en los días anteriores. La diferencia estaba en que en ese momento eran la única cámara allí y por tanto la carga policial era un producto exclusivo que debían aprovechar. Una vez acaba el espectáculo televisivo la complicidad acaba también y todo se olvida).
En contraste con la era liberal, la cultura industrializada puede, como la fascista, permitirse la indignación frente al capitalismo, pero no la renuncia a la amenaza de castración. Ésta última constituye toda su esencia. […] Lo decisivo hoy es […] la necesidad intrínseca al sistema de no dejar en paz al consumidor, de no darle ni un solo instante la sensación de que es posible oponer resistencia. El principio del sistema impone presentarle todas las necesidades como susceptibles de ser satisfechas por la industria cultural, pero, de otra parte, organizar con antelación esas mismas necesidades de tal forma que en ellas se experimente a sí mismo sólo como eterno consumidor, como objeto de la industria cultural.
Adorno, T. y Horkheimer, M. Dialéctica de la ilustración
Lo que interesa no son las ideas sino el producto televisivo apto para el consumo. Un producto en el que las ideas complejas no tienen cabida.
La primera reacción ante esto de muchos acampados es denostar a los medios e incluso en algunas acampadas intentan echarlos. De este modo lo único que consiguen es crearse más enemigos y, en cualquier caso, negar la posibilidad de que los medios incorporen a sus redes nuevos mensajes. El telespectador sólo tiene lo que los medios le dan. No se conecta a internet para buscar más. No va a la plaza a informarse. Consume lo que ve en televisión, lo acepta y lo incorpora a su verdad. Frente a ellos hay otro grupo de personas que sí usan internet pero no van a las plazas. Ellos sólo estarán informados de lo que pasa allí si los acampados publican todo lo que hacen pero eso no es así. Si bien muchos acampados se han preocupado de documentar y difundir cuanto veían, también ha habido muchas comisiones que, habida cuenta que no todos sus miembros estaban conectados, se han pasado al lápiz y papel y han creado un tercer grupo que sólo intercambiaba información in situ de forma analógica. Tres grupos, sin conexión entre sí, retroalimentándose con su propia información y por tanto, aislados.
La afirmación de que el medio de comunicación aísla no es válida sólo en el campo espiritual. […] El medio de comunicación separa a los hombres también físicamente. El coche ha ocupado el lugar del tren. El auto privado reduce los conocimientos que se pueden hacer en un viaje al de los sospechosos autoestopistas. Los hombres viajan, rigurosamente aislados los unos de los otros, sobre círculos de goma. En compensación, en cada automóvil familiar se habla sólo de lo mismo que se discute en todos los demás: el diálogo en la célula familiar está regulado por los intereses prácticos. Y como cada familia con un determinado ingreso invierto lo mismo en alojamiento, cine, cigarrillos, tal como lo prescribe la estadística, así los temas se hallan tipificados de acuerdo con las distintas clases de automóviles. […] La comunicación procede a igualar a los hombres mediante su aislamiento.
Adorno, T. y Horkheimer, M. Dialéctica de la ilustración

A modo de conclusión
Ya sea por la multiplicidad de ideas, por la falta de un liderazgo visible, por los problemas de comunicación o simplemente por la incapacidad de los analistas, el hecho es que los acontecimientos que estamos viviendo son sumamente complejos y difíciles de analizar. A día de hoy la mayoría de los acampados están pensando más en cómo desmontar el campamento e irse a sus casas que en lo que se habla en las plazas. Consideran que lo hecho tiene un gran valor y que alargarlo sólo puede debilitar los logros. Están convencidos de que han plantado una semilla cuyos frutos se recogerán algún día y que, si no queman ahora todos sus barcos, en el momento que sea necesario podrán reavivar el movimiento y llenar de nuevo las plazas. Frente a ellos hay un buen grupo de acampados y no acampados que no ven los resultados por ninguna parte y no quieren que los campamentos se desmonten hasta haber completado algo. Algunos trabajan en un supuesto “consenso de mínimos” que jamás podrán lograr porque no parecen tener claro que es consenso ni que son mínimos. Otros intentan extender el espíritu de las acampadas a los barrios y que se creen organizaciones más pequeñas pero más cercanas a la población que prosigan los debates abiertos. En cualquier caso, la mayoría se resiste a dejar la plaza que se ha convertido en su símbolo y su fuerza. Si abandonan la plaza, ¿quedará algo de todo esto? ¿Una nueva visión, un nuevo modo de hacer política? ¿Una idea, un mensaje? Tal vez no se trataba de hacer llegar ningún mensaje. Tal vez lo que importaba era demostrar que había una manera de hacerlo. Tal vez lo importante era la plaza. El medio. Parafraseando a McLuhan, tal vez la plaza es el mensaje.


Mis disculpas
Las citas de todos los autores hacen referencia a aspectos que poco o nada tienen que ver con los movimientos de estos días. Alguien podría considerar, por tanto, que han sido sacadas de contexto y por tanto toda la reflexión no es sino una manipulación. Tal vez sea cierto. No pretendo con este escrito demostrar nada ni reinterpretar a estos autores. Se trata de simples asociaciones de ideas que me han ido surgiendo mientras leía. Quizás lo único que demuestra toda esta historia es que cuando tienes algo en la cabeza te parece que todo lo que ves o lees está relacionado. Una constatación más de que la objetividad no es algo ni posible ni deseable. Siento el rollazo.

Enlaces de interés:
Acampada Madrid
Acampada Barcelona
Democracia real ya
El 15M según Wikipedia

2 comentarios:

eva-escort madrid dijo...

He leido casi todo, pero en la parte primera estoy de acuerdo y te lo digo desde el lugar en el que me encuentro, porque pertenezco a una de las asambleas de barrio y anoche justamente estabamos hablando de que es necesario decidirnos por una cosa y finalizarla. Y si estamos perdidos, no hay mucha gente que entienda de leyes entre nosotros y los que entiende de temas políticos no quieren involucrarse pese a estar de acuerdo con el fondo de la cuestión. Son las formas, aun no hemos terminado de tomar conciencia de lo que debemos hacer, no sabemos, somos simples y llanos ciudadanos de a pie, que queremos hacer algo pero no tenemos conocimientos para ello, pero bueno, los científicos hacen millones de pruebas hasta que sale la buena, espero que no se hagan tantas porque estamos algo cansados, pese a darnos ánimo unos a otros, falta un lider que sepa hablar y explicar claramente lo que se pide, aunque casi todo el mundo sabe que se pide, cambio de ley electoral, politicos corruptos fuera, bajada de sus sueldos astronómicos, etc. si son muchas cosas y hay que decantarse por 2 ó 3 pero despacio pero espero que sin dormirse. Espero que veamos pronto como encauzar la energía que tenemos, porque a las 16 h. de hoy con un calor sofocante hemos quedado para hacer unas pancartas que no pueden esperar a más tarde por el evento que se avecina, pero eso nos demuestra que aunque llueva o se nos seque el alma (en todos los sentidos) aun queda un hálito de ilusión y esperanza.

dalr dijo...

Muchas gracias por tu mensaje y por lo que estáis haciendo en los barrios. Suerte y ánimo!