Hace años que se habla de ello. Los conceptos utilizados han variado, pero el fondo es el mismo. Etiquetas inteligentes, trazabilidad de productos, chips inalámbricas, código de barras digital.., lo llamen como lo llamen, las empresas hace años que pugnan por lograr un sustituto al etiquetado tradicional que facilite labores como el control de stocks, ventas, cambios de precios, información de productos, aviso de fechas de caducidad...
La tecnología ha mejorado mucho y ya existen etiquetas dotadas con un chip emisor que permite realizar en segundos tareas tan arduas como contabilizar el stock en una tienda, controlar qué productos van a caducar en los próximos días o cambiar todos los precios de la tienda por Rebajas. Sin embargo, no todo el monte es orégano. Cada etiqueta cuesta entre 0,50 y 1 € (según volumen de compra) lo que está frenando a los vendedores a la hora de poner en marcha un sistema que además requiere de nuevos equipos informáticos.
Evidentemente hay productos para los que el chip de marras no sale a cuenta. Una tienda de golosinas no puede vender los chicles de fresa a 55 céntimos para compensar el precio del chip. Eso está claro. Que una tienda de ropa no pueda asumir este coste en unos tejanos de 50 € ya me parece más extraño. En cualquier caso, resulta un poco cansino que la solución a los problemas de adopción de cualquier tecnología siempre sea cargarle el muerto al cliente. Para muchas empresas la incorporación de estos chips no sólo no va a disminuir su margen de beneficios, sino que les va a ahorrar mucho dinero. Reetiquetar productos, controlar fechas de caducidad o sobre todo hacer inventario son tareas que requieren muchísimas horas. Unas horas que, aunque mal, hay que pagar a alguien. Sin embargo para muchos empresarios los costes de personal son simplemente aquello que puede recortarse cuando las cosas van mal. Una vez que han comprado el tiempo del trabajador, les da lo mismo malgastarlo.
Consideraciones aparte, los expertos tienen buenos augurios para las etiquetas inteligentes en tres o cinco años, cuando su precio haya bajado a 5 o 10 céntimos. Lo que no parecen entender es que estos precios bajarán tanto más rápido cuanto mayor sea el número de empresas que lo utilicen. Y es que en tecnología las leyes de oferta y demanda se trastocan y hay que jugar con otros conceptos como novedad, exclusividad, obsolescencia o rentabilidad de la inversión.
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